La cultura consumista amenaza a los jóvenes, advierte el Papa
Encuentro en la catedral de Sulmona
SULMONA, domingo, 4 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Entre las sombras que "obscurecen el horizonte" de los jóvenes no sólo están las dificultades económicas, sino también la amenaza de la "cultura consumista" que crea "falsos valores", advierte Benedicto XVI.
El Papa mantuvo un encuentro este domingo por la tarde con un grupo de jóvenes en la catedral de Sulmona, al final de la visita apostólica de un día que ha realizado a esta ciudad de Los Abruzos, en el que dejó a los chicos y chicas consejos para afrontar sus decisiones de vida.
En las palabras que el pontífice les dirigió, basadas en las experiencias que los jóvenes le habían compartido, constató las "sombras que obscurecen vuestro horizonte: problemas concretos, que hacen difícil mirar al futuro con serenidad y optimismo".
"Pero también hay falsos valores y modelos ilusorios, que se proponen y que prometen llenar la vida, cuando en realidad la vacían", añadió.
Según explicó el Papa, "la cultura consumista actual tiende más bien a aplastar al hombre en el presente, a hacerle perder el sentido del pasado, de la historia. Pero de este modo le priva también de la capacidad para comprometerse, para percibir los problemas y construir el mañana".
"Por tanto, queridos y queridas jóvenes, quiero deciros: el cristiano tiene buena memoria, ama la historia y trata de conocerla", les dijo el Papa.
El Papa viajó a Sulmona, en la zona azotada por el terremoto de L'Aquila, del 6 de abril de 2009, que provocó más de 300 muertos, con motivo del octavo centenario del nacimiento del Papa Celestino V (1209-1296).
Antes de regresar al Vaticano, se recogió en oración ante las reliquias de su predecesor en la cripta de la catedral.
"Ahora me tengo que marchar, y tengo que decir que me da pena dejaros --confesó el Papa al despedirse de los chicos y chicas en la catedral--. Con vosotros siento que la Iglesia es joven. Pero me voy contento, como un padre que está sereno porque ha visto que los hijos están creciendo y están creciendo bien".
"¡Caminad, queridos jóvenes! Caminad por el camino del Evangelio; amad a la Iglesia, nuestra madre; sed sencillos y puros de corazón; sed mansos y fuertes en la verdad; sed humildes y generosos", les recomendó en la despedida.
Hoy durante el rezo del Ángelus
SULMONA, domingo 4 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras del Papa Benedicto XVI, al introducir hoy la oración mariana del Ángelus, en la plaza Garibaldi, de Sulmona (Italia), donde se encuentra en visita apostólica.
* * * * *
Queridos hermanos y hermanas,
Al término de esta solemne celebración, en la hora de la acostumbrada cita dominical, os invito a recitar juntos la oración del Angelus. A la Virgen María, a la que veneráis con particular devoción en el Santuario de la Madonna della Libera, confío esta Iglesia de Sulmona-Valva: al obispo, a los sacerdotes y a todo el pueblo de Dios. Que pueda caminar unida y gozosa en el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad. Que, fiel a la herencia de san Pedro Celestino, sepa siempre unir la radicalidad evangélica y la misericordia, para que todos aquellos que buscan a Dios lo puedan encontrar.
En María, Virgen del silencio y de la escucha, san Pedro del Morrone encontró el modelo perfecto de obediencia a la voluntad divina, en una vida sencilla y humilde, dirigida a la búsqueda de lo que es verdaderamente esencial, capaz de agradecer siempre al Señor reconociendo en cada cosa un don de su bondad.
También nosotros, que vivimos en una época de mayores comodidades y posiblidades, estamos llamados a apreciar un estilo de vida sobrio, para conservar más libres la mente y el corazón para poder compartir los bienes con los hermanos. Que María Santísima, que animó con su presencia materna a la primera comunidad de los discípulos de Jesús, ayude también a la Iglesia de hoy a dar buen testimonio del Evangelio.
Angelus Domini…
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]
Encuentro en la catedral de Sulmona
SULMONA, domingo, 4 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Entre las sombras que "obscurecen el horizonte" de los jóvenes no sólo están las dificultades económicas, sino también la amenaza de la "cultura consumista" que crea "falsos valores", advierte Benedicto XVI.
El Papa mantuvo un encuentro este domingo por la tarde con un grupo de jóvenes en la catedral de Sulmona, al final de la visita apostólica de un día que ha realizado a esta ciudad de Los Abruzos, en el que dejó a los chicos y chicas consejos para afrontar sus decisiones de vida.
En las palabras que el pontífice les dirigió, basadas en las experiencias que los jóvenes le habían compartido, constató las "sombras que obscurecen vuestro horizonte: problemas concretos, que hacen difícil mirar al futuro con serenidad y optimismo".
"Pero también hay falsos valores y modelos ilusorios, que se proponen y que prometen llenar la vida, cuando en realidad la vacían", añadió.
Según explicó el Papa, "la cultura consumista actual tiende más bien a aplastar al hombre en el presente, a hacerle perder el sentido del pasado, de la historia. Pero de este modo le priva también de la capacidad para comprometerse, para percibir los problemas y construir el mañana".
"Por tanto, queridos y queridas jóvenes, quiero deciros: el cristiano tiene buena memoria, ama la historia y trata de conocerla", les dijo el Papa.
El Papa viajó a Sulmona, en la zona azotada por el terremoto de L'Aquila, del 6 de abril de 2009, que provocó más de 300 muertos, con motivo del octavo centenario del nacimiento del Papa Celestino V (1209-1296).
Antes de regresar al Vaticano, se recogió en oración ante las reliquias de su predecesor en la cripta de la catedral.
"Ahora me tengo que marchar, y tengo que decir que me da pena dejaros --confesó el Papa al despedirse de los chicos y chicas en la catedral--. Con vosotros siento que la Iglesia es joven. Pero me voy contento, como un padre que está sereno porque ha visto que los hijos están creciendo y están creciendo bien".
"¡Caminad, queridos jóvenes! Caminad por el camino del Evangelio; amad a la Iglesia, nuestra madre; sed sencillos y puros de corazón; sed mansos y fuertes en la verdad; sed humildes y generosos", les recomendó en la despedida.
Benedicto XVI: María, Virgen del silencio y de la escucha
Hoy durante el rezo del Ángelus
SULMONA, domingo 4 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras del Papa Benedicto XVI, al introducir hoy la oración mariana del Ángelus, en la plaza Garibaldi, de Sulmona (Italia), donde se encuentra en visita apostólica.
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Queridos hermanos y hermanas,
Al término de esta solemne celebración, en la hora de la acostumbrada cita dominical, os invito a recitar juntos la oración del Angelus. A la Virgen María, a la que veneráis con particular devoción en el Santuario de la Madonna della Libera, confío esta Iglesia de Sulmona-Valva: al obispo, a los sacerdotes y a todo el pueblo de Dios. Que pueda caminar unida y gozosa en el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad. Que, fiel a la herencia de san Pedro Celestino, sepa siempre unir la radicalidad evangélica y la misericordia, para que todos aquellos que buscan a Dios lo puedan encontrar.
En María, Virgen del silencio y de la escucha, san Pedro del Morrone encontró el modelo perfecto de obediencia a la voluntad divina, en una vida sencilla y humilde, dirigida a la búsqueda de lo que es verdaderamente esencial, capaz de agradecer siempre al Señor reconociendo en cada cosa un don de su bondad.
También nosotros, que vivimos en una época de mayores comodidades y posiblidades, estamos llamados a apreciar un estilo de vida sobrio, para conservar más libres la mente y el corazón para poder compartir los bienes con los hermanos. Que María Santísima, que animó con su presencia materna a la primera comunidad de los discípulos de Jesús, ayude también a la Iglesia de hoy a dar buen testimonio del Evangelio.
Angelus Domini…
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]
Benedicto XVI: ¡No tengáis miedo a hacer silencio!
Homilía de la Misa en la plaza Garibaldi de Sulmona
SULMONA, domingo 4 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía pronunciada hoy por el Papa en la Misa celebrada en la plaza Garibaldi de la localidad italiana de Sulmona, donde se encuentra hoy en visita apostólica.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
Estoy muy contento de estar hoy entre vosotros y celebrar con vosotros y para vosotros esta solemne Eucaristía. Saludo a vuestro Pastor, el obispo monseñor Angelo Spina: le doy las gracias por las cálidas expresiones de bienvenida que me dirigió en nombre de todos, y por los regalos que me ha ofrecido y que aprecio mucho en su cualidad de “signos” – como él los ha definido – de la comunión afectiva y efectiva que une al pueblo de esta querida Tierra del Abruzzo con el Sucesor de Pedro. Saludo a los arzobispos y obispos presentes, a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, a los representantes de las asociaciones y de los movimientos eclesiales. Dirijo un pensamiento deferente al Alcalde, Doctor Fabio Federico, agradecido por el cortés discurso de saludo y por los “signos”, los regalos, el representante del Gobierno y a las Autoridades civiles y militares- Un agradecimiento especial a cuantos han ofrecido generosamente su colaboración para realizar esta Visita Pastoral mía. ¡Queridos hermanos y hermanas! He venido para compartir con vosotros las alegrías y esperanzas, fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones de esta comunidad diocesana. Sé bien que tampoco en Sulmona faltan las dificultades, problemas y preocupaciones: pienso, en particular, a cuantos viven concretamente su existencia en condiciones de precariedad, a causa de la falta de trabajo, de la incertidumbre por el futuro, del sufrimiento físico y moral y – como ha recordado el obispo – del sentimiento de pérdida debido al cisma del 6 de abril de 2009. A todos quiero asegurar mi cercanía y mi recuerdo en la oración, mientras animo a perseverar en el testimonio de los valores humanos y cristianos tan profundamente arraigados en la fe y en la historia de este territorio y de su población.
¡Queridos amigos! Mi visita tiene lugar con ocasión del Año Jubilar especial convocado por los obispos del Abruzzo y de Molise para celebrar los ochocientos años del nacimiento de san Pedro Celestino. Sobrevolando vuestro territorio, he podido contemplar la belleza del paisaje y, sobre todo, admirar algunas localidades estrechamente ligadas a la vida de esta insigne figura: el Monte Morrone, donde Pedro condujo por mucho tiempo la vida eremítica; la ermita de san Onofre, donde en 1294 le llegó la noticia de su elección como Sumo Pontífice, que tuvo lugar en el Cónclave de Perusa; y la Abadía de “Santo Spirito”, cuyo altar mayor fue consagrado por él después de su coronación, que tuvo lugar en la Basílica de Collemaggio en L’Aquila. A esta Basílica yo mismo, en abril del año pasado, me dirigí para venerar la urna con sus despojos y dejar el palio recibido en el día del inicio de mi Pontificado. Han pasado ya ochocientos años desde el nacimiento de san Pedro Celestino V, pero él permanece en la historia por las conocidas circunstancias de su tiempo y de su pontificado y, sobre todo, por su santidad. La santidad, de hecho, no pierde nunca su fuerza atractiva, no cae en el olvido, no pasa nunca de moda, al contrario, con el paso del tiempo, resplandece cada vez con mayor luminosidad, expresando la perenne tensión del hombre hacia Dios. De la vida de san Pedro Celestino quisiera por tanto recoger algunas enseñanzas, válidas también en nuestros días.
Pedro Angelerio desde su juventud fue un “buscador de Dios”, un hombre deseoso de encontrar respuestas a los grandes interrogantes de nuestra existencia: ¿quién soy, de dónde vengo, por qué vivo, para quién vivo? Él se puso de viaje buscando la verdad y la felicidad, se puso a la búsqueda de Dios, y, para escuchar su voz, decidió separarse del mundo y vivir como ermitaño. El silencio se convierte así en el elemento que caracteriza su vida cotidiana. Y es precisamente en el silencio exterior, pero sobre todo en el interior, donde él llega a percibir la voz de Dios, capaz de orientar su vida. Hay aquí un primer aspecto importante para nosotros: vivimos en una sociedad en la que cada espacio, cada momento parece que tenga que “llenarse” de iniciativas, de actividades, de sonidos; a menudo no hay tiempo siquiera para escuchar y dialogar. ¡Queridos hermanos y hermanas! No tengamos miedo de hacer silencio fuera y dentro de nosotros, si queremos ser capaces no sólo de percibir la voz de Dios, sino también la voz de quien está a nuestro lado, la voz de los demás.
Pero es importante subrayar también un segundo elemento: el descubrimiento del Señor que hace Pedro Angelerio no es el resultado de un esfuerzo, sino que lo hace posible la propia Gracia de Dios, que le precede. Lo que él tenía, lo que él era, no le venía de sí mismo: le había sido dado, era gracia, y era por ello también responsabilidad ante Dios y ante los demás. Aunque nuestra vida sea muy distinta, también vale lo mismo para nosotros: todo lo esencial de nuestra existencia nos ha sido dado sin nuestra aportación. El hecho de que yo vivo no depende de mí; el hecho de que me hayan sido dadas personas que me han introducido en la vida, que me han enseñado qué es amar y ser amado, que me han transmitido la fe y me han abierto la mirada a Dios: todo esto es gracia y no está “hecho por mí”. Por nosotros mismos no habríamos podido hacer nada si no nos hubiera sido dado: Dios nos precede siempre, y en cada vida hay cosas bellas y buenas que podemos reconocer fácilmente como gracia suya, como rayo de luz de su bondad. Por esto debemos estar atentos, tener siempre abiertos los “ojos interiores”, los de nuestro corazón. Y si aprendemos a conocer a Dios en su bondad infinita, entonces seremos capaces también de ver, con asombro, en nuestra vida – como los santos – los signos de ese Dios, que está siempre cerca de nosotros, que es siempre bueno con nosotros, que nos dice: “¡Ten fe en mí!".
En el silencio interior, en la percepción de la presencia del Señor, Pedro de Morrone había madurado, además, una experiencia viva de la belleza de la creación, obra de las manos de Dios: sabía captar su sentido profundo, respetaba sus signos y sus ritmos, hacía uso de ella para lo que es esencial a la vida. Sé que esta Iglesia local, como también las demás del Abruzzo y de Molise, están activamente comprometidas en una campaña de sensibilización para la promoción del bien común y de la salvaguardia de la creación: os animo en este esfuerzo, exhortando a todos a sentirse responsables de su propio futuro, como también del de los demás, respetando y custodiando la creación, fruto y signo del Amor de Dios.
En la segunda lectura de hoy, tomada de la Carta a los Gálatas, hemos escuchado una bellísima expresión de san Pablo, que es también un retrato espiritual perfecto de san Pedro Celestino: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo” (6,14). Verdaderamente la Cruz constituyó el centro de su vida, le dio la fuerza de afrontar las duras penitencias y los momentos más comprometidos, desde su juventud hasta su última hora: él fue siempre consciente de que de ella viene la salvación. La Cruz dio a san Pedro Celestino también una clara conciencia de pecado, siempre acompañada de una también clara conciencia de la infinita misericordia de Dios hacia su criatura. Viendo los brazos completamente abiertos de su Dios crucificado, se sintió llevar al mar infinito del amor de Dios. Como sacerdote, tuvo experiencia de la belleza de ser administrador de esta misericordia absolviendo a los penitentes del pecado, y, cuando fue elegido a la Sede del Apóstol Pedro, quiso conceder una particular indulgencia, llamada "La Perdonanza". Deseo exhortar a los sacerdotes a que se conviertan en testigos claros y creíbles de la buena noticia de la reconciliación con Dios, ayudando al hombre de hoy a recuperar el sentido del pecado y del perdón de Dios, para experimentar esa alegría sobreabundante de la que el profeta Isaías nos habló en la primera lectura (cfr Is 66,10-14).
Finalmente, un último elemento: san Pedro Celestino, aún llevando una vida eremítica, no estaba “cerrado en sí mismo”, sino que estaba lleno de la pasión de llevar la buena noticia del Evangelio a los hermanos. Y el secreto de su fecundidad pastoral estaba precisamente en “permanecer” con el Señor, en la oración, como se nos ha recordado también en el pasaje evangélico de hoy: el primer imperativo es siempre el de orar al Señor de la mies (cfr Lc 10,2). Y sólo después de esta invitación, Jesús define algunos compromisos esenciales de los discípulos: el anuncio sereno, claro y valiente del mensaje evangélico – también en los momentos de persecución – sin ceder ni a la fascinación de la moda, ni al de la violencia o de la imposición; el desapego de la preocupación por las cosas – el dinero y el vestido – confiando en la Providencia del Padre; la atención y cuidado en particular hacia los enfermos en el cuerpo y en el espíritu (cfr Lc 10,5-9). Estas fueron también las características del breve y sufrido pontificado de Celestino V, y estas son las características de la actividad misionera de la Iglesia en toda época.
¡Queridos hermanos y hermanas! Estoy entre vosotros para confirmaros en la fe. Deseo exhortaros, con fuerza y afecto, a permanecer firmes en esa fe que habéis recibido, que da sentido a la vida y que da la fuerza para amar. Que nos acompañen en este camino el ejemplo y la intercesión de la Madre de Dios y de san Pedro Celestino. ¡Amen!
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]Mostrar todos