INTERIORIDAD
No busques la
felicidad en la región de la muerte. No está allí.
No puede haber
felicidad donde ni siquiera hay vida verdadera (Conf 4,12,18).
Por experiencia sabemos que en el hombre existen
como dos dimensiones: una interior y otra exterior. El
hombre exterior es dinamismo biológico, es decir,
instinto, emoción, sensación… crece de fuera hacia
adentro por la adquisición de conocimientos,
habilidades y experiencias, se guía por el principio del placer y
por eso necesita disciplinarse. En cambio el hombre interior es dinamismo
espiritual, vale decir, conciencia,
sensibilidad…
crece por auto expansión desde adentro hacia afuera, se define como alguien que
necesita ser
estimulado y
se guía por la libertad sin coacciones para desarrollar lo mejor que hay en él. El hombre
comprueba su madurez en la medida en que el hombre
interior asume las riendas sobre el hombre exterior.
¿Es posible cuidar la interioridad en medio del
ruido y el stress que impone la vida moderna? Cuidar
la
interioridad es cuidar el corazón. Cuando decimos corazón estamos hablando de
la persona completa.
Hay
que cuidar el corazón, saber a quienes hemos
entregado su llave, conocer qué sentimientos nos habitan,
distanciarse del ruido y del trabajo, contemplar, re-cor-dar, es decir, volver al
corazón, tomar el pulso de la
propia vida… tareas todas que constituyen el
contrapunto agustiniano a la cultura de la exterioridad.
Hablo de
interioridad no como huida, sino como raíz de la propia vida, como invitación a
entrar a la
casa de la
verdad, al espacio adecuado para la escucha del Maestro Interior. El camino de
la interioridad
agustiniana
es la vía para no caer en las redes del vacío o la superficialidad, por tanto, busca tiempo para
estar contigo
mismo. Porque, ¿qué empresa es más importante que uno mismo? Mira pues, la vida, como tu
gran proyecto. Entrar y vivir dentro de ti no es olvidar las
realidades circundantes, sino mirarlas desde
dentro, desde lo esencial, no desde la periferia.
Es en la
interioridad donde decidimos nuestro destino, donde aprendemos a conocernos y
valorarnos.
Es en la
interioridad donde construimos nuestra propia vida, nuestra preciada identidad. En clave agustiniana
más que uno mismo no se puede ser, pero con menos no
basta. En el interior del
hombre está la verdad
sentencia san
Agustín. En el interior habita Dios como en su templo, desde el interior Cristo
enseña al
hombre la
verdad. La
interioridad agustiniana no es un método de introspección. Si no hay trascendencia
puede convertirse en narcisismo, en fría y estéril
soledad. Trascenderse es
salir al encuentro de Dios y empeñarse
en la
construcción de quien todavía no somos. Trascenderse es un camino de superación
y esperanza.
Quien bucea
en su interior vive una experiencia difícil de explicar: se da cuenta de que
está habitado.
Busca, pero
sobre todo es buscado. Llama pero sobre todo es llamado. Da pasos, pero es
atraído y seducido
por Alguien.
Nuestra actitud es más acogida que búsqueda; recibimos la constante invitación
de la gracia que
nos llama a
encontrarnos con Aquel que es la razón de nuestra existencia. La persona solo
inicia su camino
hacia Dios
porque desde el primer momento Dios está en el fondo de su ser atrayéndola
hacia su propio
misterio.
Buscamos a Dios a tientas, pero El no está lejos de ninguno de nosotros, pues
en El somos, nos
movemos y
vivimos (Act 17,27).
La primera necesidad humana es ser uno mismo,
persona libre, autónoma, con las riendas de la vida
en las propias manos. Si te sientes atrapado por lo
exterior pasas a ser esclavo. El hombre sin interioridad
apoya su existencia en la acción desenfrenada, en
darle soga al instinto o en el dulce matar el tiempo. Acepta
ser una pieza en el engranaje del trabajo, tiene
miedo a quedarse a solas, porque interiormente es pura
ausencia, se siente deshabitado. Por eso huye,
corre, habla, consume, prende la tele. Quien ha encontrado a
Dios vive,
como Agustín, entregado a Él, pero a través de los hombres. Entonces la caridad se
convierte en
control de calidad de su experiencia vital.
La
interioridad es el mayor y mejor descubrimiento de Agustín. Es el retorno al
propio centro, es ver
la realidad
desde Dios. Quien mira la realidad desde la periferia, solo ve fragmentos.
Quien la observa desde
el centro la
abarca en su totalidad. Las cosas exteriores toman su medida exacta cuando se
ven desde el
interior. Por eso el hombre interiorizado
comprende siempre al que vive confundido y desorientado, pero no
a la inversa.
San Agustín cultivó la vida interior y experimentó
su gozo: porque tú eres la luz permanente a quien
yo acudía para consultar sobre la
existencia, la naturaleza y el valor de todas las cosas. Y yo escuchaba tus
enseñanzas y tus órdenes. Sigo
haciendo esto con frecuencia. Me llena de gozo. Por eso, siempre que puedo
liberarme de los quehaceres
forzosos, me refugio es este placer.
Confesio. 10,40,65 ¿La cultivamos
nosotros?