SOBREVINO UNA FUERTE HAMBRE EN
AQUELLA TIERRA
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Al silencio se suele llegar después de haber tanteado y
ensayado otros caminos. Es el silencio, la alternativa, cuando otra salida u
otro camino se ve como imposible.
Es el sufrimiento el que abre las puertas de lo invisible, dilata el
campo de nuestra mirada, y se produce un despertar. Se accede por ese peldaño a
una vida más luminosa, como si fuera un amanecer.
En el dolor de un callejón sin salida está el germen de otra vida.
El hijo pródigo vuelve en sí, a su casa, al verse en las últimas. Es el dolor
como un fermento espiritual y así el interior, el volver en sí, el despertar es
el futuro del silencio. Dios mismo es el fruto del silencio.
Es un sufrimiento por gravitar en la superficie de las cosas y no en
el centro; es un sufrimiento por vivir fuera de sí, fuera del corazón, fuera de
la casa.
El dolor es como un gran maestro, admirable maestro. Porque no
enseña nada. Tan sólo despierta, abre, nos dispone.
El silencio es mejor que ninguna
otra tarea, el que nos permite abrirnos a la
verdad, sin disimulos y sin ficción. Así el silencio, es capacidad de ser. Más,
es ser, sencillamente ser.
En las horas de cierta angustia, y hasta de desesperación, puede
quebrarse algo y surgir el flujo de ciertos niveles más hondos que ignorábamos.
Ese dolor nos puede abrir a la plenitud, al horadar las capas que nos separan de
dentro.
La pedagogía del dolor busca reavivar la otra dimensión, la
interioridad. Vivimos tan cargados de conceptos, tan atiborrados de
pensamientos, que no permiten que el otro lado se abra y se despierte. Pero la
desintoxicación es dolorosa: quitar lo que enmascara la verdad puede ser
peligroso. Este dolor libera la salud.
Siempre la maduración va acompañada de un cierto descubrimiento,
pero también hay un gozo. En este paso de lo sombrío, de la pluralidad a la
unidad hay una inefable alegría.
El paso es una ruptura. Y por eso duele; es un verdadero desgarro.
Pero el abandono y el despojo son madurez y eternidad.
Quedar sin imágenes, sin pensamientos, es como quedarse en el vacío,
en la soledad, al no estar ya ligado a nada. Pero el desprendimiento de toda
imagen de Dios puede ser el hallazgo del verdadero Dios.
El silencio puede surgir en la crisis, en el desajuste, en el
desequilibrio, que es una especie de coma psíquico. Tanto, que uno busca a la
desesperada el sosiego y la paz, y el silencio se hace presente como una
alternativa insustituible.
Dios permite todas las aflicciones para facilitar al hombre
encontrarle dentro de sí mismo. El hombre acostumbra buscar a Dios fuera, en la
exterioridad, en los objetos. Y lo hace hasta la fatiga, hasta el agotamiento. Y
es ahí mismo, cuando al no hallarlo, se le ofrece la oportunidad de regresar a
su corazón. Ahí en el puro silencio se celebra el encuentro, sin mediaciones. Es
el maravilloso cara a cara.
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