15 - El silencio,
búsqueda y encuentro con Dios
«Uno que me ama hará
caso de mi mensaje, mi Padre lo amará y los dos vendremos con él y viviremos
con él» (Jn 23, 24)
El cristiano sabe que Dios está con él porque desde muy pequeño se lo han
dicho. Son las
primeras cosas aprendidas en el catecismo. Luego se olvidan y se recuerdan
otras, menos importantes, que son las que presiden la vida.
Se aprende que la vida es dura y hay
que luchar en ella. La consigna de lucha, de rentabilidad, de prestigio...,
toman a la persona al asalto y esta vive con el programa para siempre. Todas
las consignas prevalecen para poder estar siempre por encima de los demás y
poder sobrevivir. Lo demás, lo más importante, queda en segundo plano. Se olvida que Dios está con
nosotros y que su mensaje es el único que nos da vida.
La celebración cristiana gira en torno a este pensamiento de que Dios está
presente en lo escondido de mí. A pesar de todo, no
estamos familiarizados con el pensamiento de que Dios vive en nuestra propia
raíz. ¿Dónde buscar el origen de nuestra vida? Está oculto. Sufrimos de
amnesia con respecto a nuestro origen. Es justo conocerlo porque es algo
imprescindible para nuestra vida.
Un judío cuenta que un día llegó a
casa su hijo llorando. «¿Qué te pasa?», le preguntó el padre. Y le contestó el
niño: «Estábamos jugando al escondite y a mí nadie me buscaba».
Eso es lo que le pasa a Dios. Se ha
escondido y nadie le busca. El
silencio se vive con la convicción de que alguien se oculta en nosotros.
La vida no se reduce a las noticias
que nos dan del exterior. Se busca información de la vida en los diarios.
Saludamos a la gente preguntando: «¿Qué hay de nuevo?». En el silencio la mejor noticia nos la damos
nosotros: «He encontrado a Dios». Nuestra tarea es darnos la mejor noticia. Lo
mejor está dentro. La noticia más veraz y menos contaminada está dentro. La
vida es también lo que se oculta en cada uno de nosotros y no hay peor cosa que
ahogar o estrechar algo.
Por eso, no se puede vivir el silencio sin al menos sospechar que algo está
escondido en nosotros. La vida es algo más de lo que vemos en los
acontecimientos exteriores.
Hay que recordar también que las
cosas esperan más atención de nosotros cuanto más frágiles sean. Las cosas más
escondidas esperan más de nuestro silencio. El gesto de oler una rosa es un
gesto de cerrar los ojos. Se inspira. Como si fuera la única manera de poder
recoger su olor sutil. Hay rosas tan suaves que su olor reclama nuestro gesto
de atención. Hay que cerrar los ojos para percibir su aroma. Cuanto más frágil,
más atención. El mundo
divino es tan sutil y tan suave que nuestro silencio es imprescindible. Nuestra
atención va rescatando de todas las cosas su hermosura. No para apropiarnos de
ella. Hemos de ser generosos. Hay que ver las cosas y dejarlas.
La luz, al amanecer, despierta la
creación entera. El milagro de la luz es ese: despierta todo. Todo se embellece
y resucita.
Nuestra atención es una luz que va
favoreciendo todo lo que mira. Saca a la superficie la belleza de las cosas.
Estas, al mirarlas, nos obsequian con su mensaje de armonía. Todo existe
gracias al silencio. Nuestra atención da existencia a las cosas. Nuestra
atención es un acto de amor. Cuando uno mira con atención las cosas no nos
mienten. Ve mejor el que ama que el que es indiferente.
Pasar por las cosas sin enterarse es
una tragedia. Vivir con
uno mismo sin enterarse es una tragedia. Al mirar todo con amor, todo se nos
revela y nos ofrece su misterio y su secreto. Es necesario mirar desocupándose
de todo lo demás.
Cervantes dice en el Quijote
que necesita a un lector desocupado para poder ofrecerle la lectura de su
libro. A veces, el
silencio es esto: desocuparse para sumergirse en algo que habita en nosotros.
Siempre nos ocupamos. ¿Para qué? Para saber, para... Se ocupa uno en
objetivos que están al margen de nosotros. Las ocupaciones nos desplazan, nos
aíslan de nosotros. Pendientes
de los resultados y conclusiones de nuestros objetivos no sabemos ni respirar.
«No tengo tiempo ni de respirar». Esta frase que se dice mucho es muy significativa.
¿Qué sacaremos de esto? ¿Qué resultado obtendremos? Son preguntas que nos
hacemos antes de efectuar cualquier ocupación. Estamos cogidos por algún afán
de conclusión o resultado. Y nuestra urgencia es desocuparnos.
Lo mejor de la vida no se logra. Lo mejor de la vida es ella misma. La vida
no es el resultado de un esfuerzo. La vida llega a nosotros porque sí. No es un
logro ni una conquista. No es el resultado de nuestro afán. Tenemos que
seleccionar los campos de nuestra atención. Seleccionar los campos de los
impulsos que rigen nuestra vida. Nuestra idea equivocada nos obliga a vivir con
una prisa enfermiza.
Y corriendo de afán en afán, no vemos que en lo pequeño se ve la vida. Se
ve a Dios. En lo más insignificante. Dios y la vida se revelan en todo lo que
vemos. Dios está en todo. Tomar contacto con las cosas con pureza y con
atención es otra forma de encontrar a Dios.
Hay que ir al silencio en la confianza (un rasgo que hoy no se da) de que algo se oculta en mí.
Pero, la desconfianza, en el conjunto
de la historia humana, va pareja al vivir del hombre. Y se dice, sospechando,
que el silencio es un riesgo de intimismo, de evasión... No desconfiéis. No lo
sospechéis. Estamos
llamados a traspasar las capas de nuestra sensibilidad o emoción para que se dé
un encuentro con Dios en el silencio.
La vida se cumple en cada instante.
Lo que cuenta en la sociedad es el pasado. Y pesa tanto... Influye
negativamente. El silencio no es pasado. No tiene tradición. Es la oportunidad
de vivir sin ropaje ni impureza. La vida no es lo que producimos nosotros. Ningún producto es Dios. No
se puede buscar en fórmulas preparadas ni en la inquietud que rodea nuestro
vivir.