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Son estas palabras de Jesús, una invitación a la interioridad, una
invitación a entrar dentro de la casa.
El hombre es una casa, pero es una casa que no está deshabitada, es
una casa que está habitada. Los cristianos confesamos esto muchas veces, cuando
llega la hora de la comunión, confesamos diciendo que somos casa y le decimos a
Dios que no somos dignos de que entre en nuestra casa.
Ten en cuenta esto, tú eres una casa, pero una casa que está
habitada, una casa que está llena de vida, una casa que está inundada de una
presencia. No se sabe porqué y el caso es que cuando una casa está deshabitada
es una casa que... pronto se deteriora, pronto se derrumba. Está bien en
advertir que somos una casa y una casa habitada.
El silencio es para entrar dentro de esta casa, el silencio es para
tomar conciencia de esta casa, uno puede estar eternamente asomado a la ventana
sin enterarse de lo que hay en la casa, uno puede estar eternamente en el
exterior sin darse cuenta de que en su corazón, en las capas más profundas de su
ser existe una vida y existe una presencia.
Una de las primeras revelaciones del silencio, es el advertir que
uno no está sólo, es el darse cuenta de que está lleno de otro, es el darse
cuenta de que en nosotros existe otro, de que en nosotros está Él, de que en
nosotros está Dios, en definitiva.
Me gustaría en este breve momento explicar como practicar el
silencio. Es muy importante tomar en cuenta el cuerpo, este cuerpo que es
nuestra casa, es muy importante adquirir el compromiso con el cuerpo. Muchas
veces quizás... lo hemos desatendido, o le hemos dado una importancia en otra
dirección, tomar en cuenta el cuerpo para advertir que es un cuerpo habitado, es
un cuerpo inundado de energía, es un cuerpo inundado de una presencia y es muy
importante a la hora de practicar este silencio encontrar una postura que
refleje, que exprese, precisamente esta presencia.
Cuando alguien nos da una taza de café, podemos advertir si en esa
manera de darnos el café, en ese gesto se nos entrega su corazón, se nos entrega
su bondad o es un gesto mecánico, es un gesto de indiferencia, es un gesto con
el que busca dejarnos de buen humor y por eso es tan importante que el gesto de
estar sentados, el gesto de estar en silencio refleje también la condición de
nuestro interior.
A través del cuerpo nosotros expresamos nuestra manera de estar por
dentro, nuestro cuerpo refleja pues... si hay tensiones, nuestro cuerpo refleja
si hay armonía, nuestro cuerpo refleja si hay agitación, nuestro cuerpo refleja
si hay serenidad, nuestro cuerpo refleja si hay turbación, todo se expresa a
través de nuestro cuerpo, a través de esta casa que somos.
El cuerpo no miente nunca y por eso expresa estos estados íntimos,
con una grande fidelidad, con una grande veracidad.
Un gesto que te puede ayudar para practicar el silencio, pues es el
gesto de estar sentado, con la columna vertebral en vertical, bien sentado,
sentado sobre esta tierra, sobre este suelo, pero con la cabeza hacia el cielo,
y buscando la inmovilidad, no como un gesto de pasividad, la inmovilidad nunca
es pasividad, la inmovilidad es un movimiento que se expresa de esa manera, esa
forma de quietud, pero nunca la inmovilidad es pasividad porque si realmente
estuviéramos pasivos cuando estamos sentados pues estaríamos apoltronados
como... como un saco de arena que se cae, nuestra postura sentados, con la
columna vertebral erguida, quiere decir, vertical, expresa presencia, expresa
atención y expresa ese estado interior con el cual queremos nosotros
encontrarnos profundamente, y toda tu atención debe de descansar, puede
descansar en el gesto, en el primer gesto que hizo Dios con el
hombre.
Lo primero que Dios hizo con el hombre fue soplar sobre él, tomó
arcilla, tomó barro, formó el cuerpo y después Dios sopló sobre ese cuerpo y
desde aquel momento el cuerpo se llenó de vida, y por eso la atención a eso que
hizo en primer lugar Dios pues puede ser un gesto, una atención, a algo muy
fundamental.
Por otra parte es la atención a algo que está dentro de nosotros, no
es la atención a lo que está fuera, sino la atención a algo íntimo, algo
nuestro.
Atender al soplo es como atender, es como estar presentes, es como
estar atentos al que nos llena de la vida y es bueno detener nuestra atención en
lo que es fundamental, es bueno detener nuestra atención a lo que es bello, es
bueno detener nuestra atención a lo que es vital, y vital es ese soplo, es lo
más cotidiano, es lo más ordinario, es lo más de cada momento, pero precisamente
por eso, porque es lo más cotidiano, porque es lo más ordinario, lo más familiar
por así decir, pues necesitamos nosotros descubrir ahí lo más extraordinario y
lo más maravilloso, llenarse de asombro porque uno respira, llenarse de asombro
porque Dios nos respira, en realidad no somos nosotros los que respiramos,
pues nosotros podemos hacer poquísimo,
nosotros no podemos maniobrar sobre la respiración, nosotros no podemos...
manipularla, tan sólo podemos hacer una cosa, mejor tan sólo debemos de hacer
una cosa y es recibirla, acogerla, sosegadamente, confiadamente, serenamente,
estar atentos a la respiración, estar atentos al soplo, es como estar atentos a
Dios, sin ninguna imagen, no hay que imaginar la respiración, no hay que
imaginar a Dios, a Dios no se le puede imaginar, y no tenemos porque imaginar la
respiración, este soplo, este soplo hay que sentirlo, no hay que pensarlo, hay
que sentirlo, sentir la respiración es como sentir la vida, sentir la
respiración es como sentir a Dios, sentir la respiración es como sentir a lo
absoluto.
Pueden ocurrir muchas cosas, cuando practicas este silencio, cuando
dedicas tu atención, cuando te detienes y te paras en la respiración. Puede
ocurrir que en seguida te vayas a... otro sitio, que enseguida te sientas
reclamado por mil recuerdos, por mil pensamientos, por mil informaciones, pero
si quieres practicar el silencio, si quieres aprender silencio debes de volver
otra vez, enseguida, en cuanto lo adviertes, en cuanto te das cuenta que te has
ido, volver otra vez a tu soplo, al soplo de Dios, al soplo que está ahí, al
soplo que nace ahí, al soplo que sin tú hacer nada está brotando de tu corazón,
de tu ser, de tu profundidad.
Job le llega a decir a Dios, se llega a expresar ante Él, después de
comprobar su propio soplo, su propia respiración, le dice a
Dios:
"Si tú retiraras el soplo, todo volvería a ser polvo"
toda la creación respira, respiran las plantas, los árboles, las
flores, respira hasta la misma tierra. La tierra tiene necesidad del aire para
ser fértil, el labrador sabe muy bien esto, el labrador abre la tierra, para que
se airee, para que se llene de esa vida que se transporta, que nos trae siempre
el viento, el soplo, el hombre también necesita de este soplo, todo volvería a
ser polvo, la creación entera volvería a ser polvo y el hombre también volvería
a ser polvo si Dios retirara este aliento, si Dios retirara esta
respiración.
Comprueba en este tiempo de silencio, comprueba que Dios enteramente
se dedica a ti, hay uno que se ocupa de ti, hay uno que está ocupándose de ti,
uno siempre se ocupa de ti, a veces el hombre sufre, se entristece, porque nadie
se dedica a él.
En el silencio vas a aprender esto, en el silencio te vas a dar
cuenta de esto, Uno siempre se dedica a ti, Dios siempre está contigo, Dios
nunca retira su aliento de ti, te pueden faltar las cosas, te pueden abandonar
los amigos, pero hay Uno que nunca te abandona y es el soplo, este soplo siempre
te acompaña, este soplo siempre te da la energía, este soplo siempre te llena de
vida.
Quizás un día también aprendas tú a dar la vida a los otros, si
viendo como este se ocupa de ti, si viendo como el soplo se dedica y se entrega
a ti, quizás tú también vayas aprendiendo a ocuparte de los demás, a los demás
también les damos la vida cuando nos ocupamos de ellos, a los demás también les
llenamos de una presencia cuando les ofrecemos nuestra atención, y en este ir y
venir del soplo, aprende a abandonarte.
Primero recibes la fuerza, recibes la energía en el momento de la
inspiración, pero después en la expiración entrega y ofrece, y abandona,
abandónalo todo en la confianza de que todo te va a volver, de que todo vas a
volver a recuperarlo. La expiración es como la muerte, pero siempre más allá de
la expiración, siempre después de expirar compruebas que otra vez renace en ti
la vida, otra vez compruebas que el soplo retorna hacia ti, es un modo de
aprender que nada se acaba, es un modo de aprender que la vida sigue, que en la
vida está presente la muerte, pero que es como otra cara, es como otro
semblante. Expiración, inspiración todo renace tras de la inspiración, todo
revive más allá de esa inspiración, todo revive en tu corazón, nada se destruye,
nada se acaba, nada termina.
Si Dios retirara su soplo todo volvería a ser polvo, pero vas
comprobando que Dios nunca retira su soplo de este mundo, nunca nos ha
abandonado el viento, el aire, el soplo, la respiración, puedes salir a la vida
y respirar, puedes salir al campo, a la montaña, y respirar, puedes salir a la
calle y recibir en tu semblante el frescor del viento, que es el frescor de la
vida.
Si Dios retirara su soplo todo volvería a ser polvo, pero apréndelo,
aprende que Dios ha decidido no retirar el soplo de tu cuerpo, de tu casa, de tu
corazón, el soplo siempre va contigo.
Tú mismo eres un soplo, tú mismo estás lleno de ese soplo, tú mismo
estás inundado de respiración y de vida.
Escuela del Silencio y el nombre del autor José Fernández MORATIEL, o bien nuestra página web: www.dominicos.org/manresa/silencio