HABITARÉ SIEMPRE EN TU MORADA
Sl 60,5
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Hay muchos espacios. Existe el espacio físico, el espacio social, el
espacio ideológico, el espacio artístico. Y otro más: el mar, el cielo, la
llanura, el valle, la sierra. Todavía se puede hallar el espacio espiritual un espacio silencioso. Es
el silencio un lugar para encontrarse, descansar, reobrarse, amar, crecer.
El espacio silencioso no necesita decoración ninguna,
ningún adorno: ni alfombras, ni murales, ni biblioteca, ni chimenea, ni
muebles. No es para
contemplar sino para albergar otra presencia, a caso imprevisible.
Este albergue es el silencio; un silencio que surge
el poner fin a todas las voces de afuera, de las zonas más superficiales. Porque el silencio no es lo
que se toca, o se ve; no entra por los sentidos sino que es el espacio donde la
presencia se muestra y se hace evidente.
En el silencio lo visible se disipa, y lo invisible se puede volver
visible. Es un espacio, el silencio, donde amanecen huellas de la presencia
íntima.
El silencio hace del corazón un lugar de
revelación, no del entorno que nos circunda, sino del mundo que se aloja
dentro. Es la explosión
de lo oculto, de lo hospedado en la interioridad; es el descubrimiento, la
reconquista de lo que ya va con nosotros.
Al alejarnos del
exterior recobramos la mirada primitiva, la mirada original de nuestro corazón, los ojos del
hijo que somos, del amor que nos da a luz.
El que mora en el
silencio es insumiso a lo establecido, indomable al atare a una tradición, y
a la vez a lo verdadero.
Es, en el silencio,
una morada sin deshechos, sin memoria, sin residuos. Por eso nos regala, el silencio, una
coherente unidad de visión. En ese espacio uno se siente configurado
por la exterioridad, pues no está construido de fuera a dentro, de arriba a
bajo, lo que nos daría una casa sin honduras, sin profundidad. Y por si fuera
poco nos estandarizaría, nos uniformaría.
El que mora en el silencio se vive a sí mismo, sin
reservas y serenamente. Pues
todo lo serena el silencio. Serena la noche y el día, serena la aurora
y el atardecer, serena las horas oscuras, las horas de luz y de bochorno. El silencio nos trae la paz y
deja emerger la inocencia y la plenitud. Apenas he de decir que jamás
la vida se siente tan rimada, tan pura, tan sosegada, tan clara como las
horas calladas, como en la morada del silencio.
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