De
todos los temas de Liturgia, el de la Misa es el más importante y el que
requiere un estudio más detenido y amoroso. La Misa háse de comprender y vivir
íntimamente, y quien mejor la comprenda y mejor la viva, será,
indiscutiblemente, el que vivirá más intensa y plenamente la vida cristiana. De
ahí que, dentro de la brevedad que exige la índole de este Manual, le dediquemos
aquí a la Misa un estudio lo más completo posible, utilizando los mejores
tratados publicados hasta la fecha sobre la materia (1).
(1).
Recomendamos, en castellano: La Santo Misa explicada, por Dom P. Guéranger, Abad
de Solesmes, trad. por L. Acosta. - La Misa y su Liturgia, por el R. P. Agustín
Rojo del Pozo, benedictino de Silos. - Y en francés: La Sainte Messe, Notes sur
sa liturgie, por Dom. E. Vandeur, O. S. B. - La Messe, étude doctrinale, por E.
P. Bourceau. - Leçons sur la Messe, por Mons. Batiffol. - La Sainte Messe, sens
véritable des priéres et des céremonies, por Decrouille. -La titurgie de la
Messe, por Dom Jean de Puniet, O.S.B.-Le Saint Sacri f ice de la Messe, por N.
Gihr, 2 vols. - Liber Sacrainentorum, IX vol., por el Card. Schuster, O.S.B., y
los libros de Dom Léfébvre y de Pius Parh. - Para la explicación de la Misa del
pueblo, puede ser útil nuestra Guía Litúrgica del Catequista (Buenos
Aires).
NOCIONES
PRELIMINARES
1. Noción del Sacrificio. El Sacrificio,
estrictamente considerado, suelen definirlo así los teólogos: Es la ofrenda que
se hace a solo Dios, por medio de un ministro legítimo, de una cosa sensible,
destruyéndola o transformándola en otra, para, reconocer y dar testimonio del
suprema dominio de Dios sobre todas las cosas, y expresar nuestro
acatamiento. Dícese ofrenda de una cosa sensible, porque el Sacrificio
pertenece al culto externo de Dios, pudiendo ser materia de él tanto una cosa
animada como inanimada. Por legítimo ministro se entiende una persona
especial legítimamente delegada para ello. Se dice a sólo Dios, porque el
sacrificio es propiamente un acto de latría, que a Él solo se dirige. Añádese
destruyéndola o transformándola, porque no solamente se le debe a Dios él uso de
la cosa, sino la sustancia misma de ella, de suerte que la cosa misma debe dejar
de existir física o moralmente, y, por lo tanto, inutilizarse para sus usos
naturales... Con las palabras reconocer y dar testimonio del supremo dominio
de Dios, etcétera, se expresa cl fin del sacrificio, que es confesar que todo
viene de Dios y a Él se le debe todo, incluso la vida humana, la cual debiera
ser, en realidad, la materia propia del Sacrificio; pero como de ordinario no es
lícito sacrificar la vida, sustitúyese ésta por la sustancia de otra cosa de su
pertenencia.
2. Antigüedad y
universalidad del Sacrificio. El Sacrificio, en una o en otra
forma, ha existido desde el principio del mundo y en todos los pueblos, en
donde, en alguna manera, se han practicado actos de religión. La existencia del
hombre, de la religión y del sacrificio, son, puede decirse, simultáneas e
inseparables; ya que no puede darse un hombre que no reconozca algún ser
superior a sí, y al cual no exprese, de alguna manera, su acatamiento, que es,
en último término, a lo que tiende el sacrificio. Es un hecho demostrado que
todos los pueblos, civilizados y no civilizados, han practicado el sacrificio.
Los hindúes, toda su religión la practican a base de sacrificios, a tal punto
que sus libros sagrados, los "Vedas", definan el hombre: "el primero de los
sacrificadores". Los griegos, de civilización refinada, en todo hallaban
pretexto para sacrificar: en las calamidades públicas, en las enfermedades
individuales, en las bodas, en los nacimientos, en las expediciones, etcétera.
Los romanos todavía eran más pródigos en sacrificar, hasta el extremo de
constituir, entre ellos, el comercio de las víctimas un verdadero tráfico, y de
no poder sustraerse de ellos ni siquiera los hombres más cultos. De Juliano el
Apóstata, por ejemplo,' se cuenta que más de una vez inmoló en el altar del
sacrificio a más de cien toros, carneros, ovejas y cabritos en cantidad
fabulosa, y un sinnúmero de pájaros de blanco plumaje, de mar y de tierra (1).
3. Los sacrificios bíblicos. La Biblia,
desde los sacrificios de Caín y Abel, no cesa de hablar de numerosos sacrificios
ofrecidos a, Dios por los Patriarcas, Profetas, Reyes y gente del pueblo. Moisés
consagra todo un libro, el Levítico, para regular minuciosamente todo el ritual
relativo a los sacrificios. Son celebérrimos, los sacrificios de Abel, de Noé
recién salido del Arca, de Abrahán y de Melquisedech, y asimismo lo son todos
los de la Ley mosaica, los principales' de los cuales clasificábanse en cruentos
e incruentos. Estos sacrificios cruentos consistían en inmolar animales.
Ofrecíanse, unos en calidad de holocausto, y eran los más excelentes; otros por
el pecado, con carácter expiatorio; otros por el delito, con carácter expiatorio
también, pero privado; y otros, finalmente, en calidad de hostia pacífica, con
carácter eucarístico e impetratorio a la vez y como fruto de algún voto
personal. Los sacrificios incruentos consistían en ofrecer, no animales, sino
materias sólidas o líquidas. Ofrecíanse, ora en privado y por razones
personales, ora en público y por motivos generales. Todos estos sacrificios
del Antiguo Testamento agradaron y aplacaron a Dios hasta que, en el Nuevo,
apareció Jesucristo y aboliólos con su Sacrificio, sucediendo la realidad a las
figuras.
4. El Sacrificio de la
Misa. En la Nueva Ley sólo hay un sacrificio, del cual eran
figuras todos los de la Antigua, y él sólo cumple todos los fines de aquéllos:
es el Sacrificio cruento de Cristo en la Cruz e incruento en el altar; es decir,
el Santo Sacrificio de la Misa. La Misa, por lo tanto, es el Sacrificio de la
Nueva Ley, en el cual se ofrece Jesucristo y se inmola incruentamente por toda
la Iglesia, bajo las especies del pan y del vino, por ministerio del Sacerdote,
para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos a nosotros las
satisfacciones y méritos de su Pasión. Representa, pues, la Misa, renueva y
continúa, sin disminuirlo ni aumentarlo, el sacrificio del Calvario, cuyos
frutos nos está continuamente aplicando. "Es, dice Pío XII, como el compendio y
centro de la religión cristiana y el punto más alto de la Sagrada Liturgia (2). Entre el sacrificio de la
Misa y el de la Cruz, sólo hay estas diferencias: que Jesucristo_ se inmoló allí
dé un modo real, visible, con derramamientos de sangre, y personalmente,
mientras que aquí lo hace en forma invisible e incruenta, bajo las especies
sacramentales, y por ministerio del Sacerdote; allí Jesucristo nos mereció la
Redención, y aquí nos aplica sus frutos. En la Misa Jesucristo es la Víctima
y el principal oferente; el segundo oferente es la Iglesia católica, con todos
los fieles no excomulgados; y su tercer oferente y el ministro propiamente dicho
es el Sacerdote legítimamente ordenado. Ofrécese la Misa, primeramente, por
toda la Iglesia militante, pero secundariamente también por toda la Iglesia
purgante, y para honra de los Santos de la Iglesia
triunfante.
5. Los fines de la
Misa. LEER...
NOTAS
(1) P. Allard: Julien L
Ápostat, t. II, p. 54. (2) Enc. "Mediator Dei", 2ª
parte, I.
Por el R.P.
Andrés Azcárate. "La flor de la liturgia".
|