segunda-feira, 6 de março de 2017

Madre María Elvira de la Santa Cruz , cofundadora de las Misioneras de la Fraternidad . TOMADOS DE LA MANO DE MARÍA

X ANIVERSARIO (+19-III-2006)PENSAMIENTOS DE LA MADRE MARÍA ELVIRA (MISIONERA DE LA FRATERNIDAD)
El espíritu de la Fraternidad se resume en el Amor de Caridad, la aceptación de la vida de Dios en mí y la transmisión de esa vida a los demás.

TOMADOS DE LA MANO DE MARÍA

"Soledad que ponía a prueba mi fe, que me hacía abrazarme cada vez más a tu Cruz, cogida de la mano de mi Madre, María Santísima"
( Madre María Elvira de la Santa Cruz)
Después de haber creado al hombre vio el Señor que no era bueno que este estuviera solo y creó a la mujer. Ambos fueron creados "a imagen y semejanza de Dios". En el curso de la historia Dios fue revelando a los hombres algunos aspectos de Sí mismo sin que por ello el Ser y la esencia de Dios hayan dejado de ser el mayor de todos los misterios.
Dios se ha dado a conocer como "Uno"-un solo y único Dios-, y como Trinidad de Personas -Padre, Hijo y Espíritu Santo-, sin que la Trinidad se oponga a la esencia de un único Ser Divino.
El Apóstol Juan nos transmite la revelación de la esencia de Dios y de la vida intratrinitaria: "Deus caritas est" -Dios es amor-. No puede existir el amor donde no hay alteridad, donde no existe un yo y un tú.
Dios lejos de ser un ser solitario es en realidad lo opuesto a la soledad. Las tres divinas Personas cuya esencia misma es el amor  coexisten en  una "eterna y plena compañía",  dándose entre las tres Personas del Único Dios una eterna relación dialogal y de alteridad.
Dios no ha creado al hombre y a  la mujer -creados ab imago Dei- para la soledad sino para el amor. El amor y sólo el amor es la razón de nuestra existencia y de la creación entera. El amor cuya fuente y cuyo fin se encuentran tan solo en Dios.
La gloria de Dios es el amor, es Dios mismo, es su esencia, su Ser, la relación intratrinitaria entres las tres divinas Personas. Y la gloria de Dios resplandece en la creación entera, obra de su manos y de su amor, y resplendece en el hombre y en la mujer cuando se abren plenamente al amor de Dios y comunican ese mismo amor a los seres de la creación y a su prójimo. Entonces, en el amor y desde el amor todo y todos cooperan a la finalidad última de la creación: "que Dios sea todo en todos"(1ª Cor 15,28).
En realidad la soledad es sólo aparente porque en realidad Dios nunca nos deja solos. Él está siempre a nuestro lado. En Dios somos, nos movemos y existimos (Hch 17,28).
La soledad que mata al hombre se produce cuando este se cierra enteramente al amor de Dios y al amor del prójimo.
Es verdad que a lo largo de nuestra vida podemos llegar a experimentar la amargura de la soledad y del abandono que parece arrebatarnos la vida, llegando incluso a desear la misma muerte.
Es verdad que el cáliz de la traición de los amigos, de la pérdida de los seres más queridos; el cáliz de aquel que se ve difamado y calumniado, el cáliz de tantos reveses que aparecen en nuestras vidas... Todo ello es un ajenjo que llega a amargar el alma. Pero, aún así no estamos solos, porque "aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Dios me recogerá"(Salmo 27).
Jesús mismo experimentó en carne propia todas cuantas angustias, dolores y sufrimientos podamos experimentar los seres humanos. En el Huerto de Getsemaní el alma de Jesús se entristeció y se angustió hasta la muerte, pero Él oró con todas sus fuerzas llamando a su Padre. Y cosido al madero de la cruz llegó a experimentar la ausencia misma de su Padre. Ningún ser humano experimentó ni experimentará jamás la profundidad del sufrimiento interior de Jesús. Nadie como Él llegó a tocar en plenitud el fondo de la oscuridad y de la amargura.
En medio de todo ello Jesús no se resignó y gritó con todas sus fuerzas llamado y clamando a su Padre. Todos los gritos de la pobre humanidad sufriente son a penas un susurrro comparados con el grito clamoroso de Jesús hacia su Padre. Y en ese grito, y en ese clamor, gritaba y clamaba por todos nosotros y con todos nosotros.
Es verdad que el Padre no intervino para librar a Jesús de las manos de sus perseguidores, de sus calumniadores, de sus verdugos.
Es verdad que el Padre no envió ninguna legión de sus ángeles para librar a su amado Hijo del mayor crimen de la historia. el deicidio, el homicidio del Hijo de Dios hecho hombre para redimir y salvar a los hombres.
Sí, Jesús murió martirizado y triturado en medio de los más terribles dolores físicos y del mayor sufrimiento interior que ningún ser humano pueda padecer. Pero el Padre actuó a su tiempo, a su hora.
Siempre hay una hora y un tiempo que son los que la Providencia de Dios elige para actuar. Y actúa. Actúa siempre.
El Padre despertó a su Hijo Jesús del sueño de la muerte. Jesús resucitó triunfante y glorioso dejando el sepulcro vacío, y sus llagas santas y gloriosas son la señales divinas de su triunfo en su cuerpo resucitado.
La soledad pone a prueba nuestra fe. Hemos de gritar y clamar con fuerza a nuestro Padre.
Cuando experimentamos la soledad hemos de abrazarnos a nuestra cruz que es la cruz de Jesús en nosotros. Y en medio de todas las soledades hay siempre un corazón maternal que late al unísono con nuestro pobre corazón desacompasado. En medio de todas las soledades hay siempre unos ojos maternales que buscan nuestra mirada para infundirnos ánimo y aliento. Es el corazón y es la mirada maternal de María, la Madre de Jesús y Madre nuestra. En su corazón y en su mirada encontró también Jesús la complicidad para hacer resplandecer la gloria de Dios, el amor de Dios, en medio de la mayor de las oscuridades.
La Madre María Elvira, cofundadora de las Misioneras de la Fraternidad, experimentó en medio de sus sufrimientos físicos, pero sobre todo en medio de sus sufrimientos interiores, la noche oscura. Pero, no dejó de clamar, no dejó de ofrecerse, no tiró la toalla. Hasta el último álito de vida buscó con todas su alma la mirada maternal de la Madre celestial para clavar en ella sus ojos y unirse en ofrenda de amor a Jesús  su Esposo Crucificado.
No cabe duda que su triunfo llegará, en la hora de Dios, en el momento de Dios. La semilla caída en tierra dará fruto y fruto abundante.
Corazones generosos, limpios, humildes y sencillos como ella recogerán su antorcha y  consagrarán sus vidas para hacer presente en medio de la Iglesia y del mundo la maternidad espiritual de la Virgen Santísima.
Todos los miembros de la pequeña Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina , al finalizar el X aniversario de la muerte de nuestra Hermana María Elvira, y todas las personas de buena voluntad que lean estas líneas, vivamos intensamente este tiempo de Cuaresma. Vivamos cada día tomados de la mano maternal de María. Tengamos siempre presente que Ella permanecerá siempre a nuestro lado, al pie de nuestra cruz, infundiéndonos valor y alentándonos, y sobre todo comunicándonos la ternura de su amor materno.
P. Manuel María de Jesús F.F.