Apostar por la conciencia
Días atrás saltaron a la información dos hechos espantosos: dos chicas menores eran violadas por dos grupos de adolescentes. Uno tras otro, los chavales de estas pandillas perpetraron semejante atrocidad. A la opinión pública en general, a todos, han conmocionado grandemente estos hechos lamentabilísimos y totalmente reprobables. Mucha indignación, muchas palabras, muchos comentarios de condena, muchas peticiones para que cambie la Ley del Menor.
Todo eso está muy bien. Pero lo que ha sucedido y saltado a la palestra es sólo la punta de un iceberg: la vida violentada y destrozada de niños, adolescentes y jóvenes que sufren ignominias y destrozos con raíces comunes en un cierto «ambiente», o cultura dominante, que distorsiona y reduce la sexualidad a cosa de puro juego y disfrute y también a medio de dominio y violencia.
Se repite una vez más aquello que decía un viejo y sabio amigo mío a propósito de aquel horrible «crimen de Alcácer» de hace unos años, con raíces similares a estas violaciones: «Se ha separado la sexualidad del amor y de la fecundidad responsables. Se ha hecho creer a las gentes que la sexualidad libre de todo compromiso y fidelidad es una condición necesaria para la liberalización y realización de la persona». (A. Palenzuela Velázquez).
Sé que esto no es políticamente correcto pensarlo y menos aún decirlo y escribirlo en un medio de comunicación social, y todavía menos aún que esto ose hacerlo un cardenal. Pero por esto mismo hay que hacerlo, e ir seguramente contracorriente. Sería bueno desandar los caminos extraviados en otros órdenes de la moral privada y pública. Hoy empieza a ganar a las gentes más lúcidas la convicción de que sin una moral firmemente asumida la humanidad no puede subsistir. Es demasiado el poder del hombre para que, sin la dirección de una recta conciencia moral, no se vuelva este poder contra el propio hombre y contra la naturaleza. Es lo que en el fondo dice una y otra vez el Papa en su Encíclica «Caritas in veritate», ante la gran crisis –crisis moral– que nos envuelve.
Urge un rearme moral de nuestra sociedad. Urge asimismo una buena formación de la conciencia moral en todos los órdenes, también en el importantísimo de la sexualidad. No se trata de imponer ninguna moral a nadie. Pero sí de que haya un rearme moral con una recta conciencia moral asentada en la verdad de una moral objetiva, válida en sí y por sí, esto es, universal o válida para todos. Pocas cosas hay peores que la crisis de la conciencia moral que padecemos hoy, el embotamiento o adormecimiento de la conciencia moral y de su verdad, que afecta a un número creciente de hombres y mujeres, sobre todo jóvenes. Como decía, una vez más, este sabio y viejo amigo, «la cultura oficial le ha metido en la cabeza a las gentes que el progreso y la libertad consisten en derribar el número mayor posible de barreras que señalen los límites entre lo permitido y lo prohibido moralmente». Es necesario apostar por el hombre, despertar en el hombre lo que tiene de más propio: la conciencia moral, porque lo que está en juego es el hombre y su futuro, también en el campo de la sexualidad. Deberíamos pararnos a pensar y ver adónde vamos, también en este campo tan hondamente humano y, como tal, tan necesitado de conciencia moral asentada en la verdad del hombre.
* El Cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
* Publicado en La Razón.