por P. Alterto Royo Mejía
La reforma litúrgica del Vaticano II es heredera del movimiento litúrgico, iniciado en Francia por Dom Prospero Gueranger hacia la mitad del siglo XIX. Dom Gueranger (en la foto, abajo) fue el restaurador de la orden benedictina en Francia, y para ello se instaló en el antiguo priorato benedictino de San Pedro de Solesmes, casi completamente destruido. Más tarde ese priorato fue erigido en abadía, convirtiéndose en la cabeza de una congregación monastica que puso la liturgia como principio fundamental de toda su espiritualidad, y lo mismo hicieron los hermanos Wolter con la restauración benedictina en Alemania. De este modo se contribuyó a crear una corriente de simpatía en torno a la celebración litúrgica por Europa y parte de América. Ese movimiento tuvo su primer espaldarazo pontificio con el “motu proprio” de san Pío X Tra le sollecitudini, del 22 de noviembre de 1903, en el que se decía: “Siendo nuestro mas ardiente deseo que el verdadero espíritu cristiano reflorezca de todas maneras y se mantenga en todos los fieles, es necesario preocuparse ante todo de la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se reúnen para encontrar precisamente este espíritu en su fuente primera e indispensable, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la plegaria pública y solemne de la Iglesia“.
Los centros monásticos de irradiación litúrgica crearon multitud de publicaciones, lanzadas por doquier para fomentar el amor a la liturgia y a la instrucción y participación activa de los fieles en la misma. Fue esto tan positivo que mereció una alabanza de Pío XII en su carta encíclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Esta irradiación del apostolado litúrgico estimuló a muchos a cultivar el estudio de la liturgia en sus fuentes y en sus diversos aspectos. De este modo se creaba un ambiente propicio para que prestigiosos sacerdotes, religiosos y laicos se reunieran periódicamente a tratar con toda profundidad algún aspecto de la liturgia, dentro de una atmósfera espiritual de gran relieve. Surgieron nuevos centros de estudios litúrgicos con sus propias publicaciones, que ayudaron a crear y fomentar un gran entusiasmo por todo lo referente a la sagrada liturgia, como el Centro de Pastoral litúrgica de Paris, el Instituto litúrgico de Treveris y otros semejantes. También fue notable la actuación del equipo que editaba “Ephemerides liturgicae” de Roma, que captó desde el principio las realidades del movimiento litúrgico y las dio a conocer en grandes sectores de la jerarquía de la Iglesia.
Para coordinar los esfuerzos de los especialistas del mundo entero, el Instituto litúrgico de Treveris en 1951 tomó la iniciativa de invitarlos a la abadía benedictina de Maria Laach, donde se celebraron las primeras jornadas litúrgicas sobre el tema “los problemas del Misal Romano”. A la conclusión, fueron enviados a Roma los votos en que se recogían los puntos principales que requerían reforma: doblajes, oraciones al pie del altar, lugar de la liturgia de la Palabra, la ordenación de las lecturas bíblicas, la plegaria universal de los fieles, nuevos prefacios, la fragmentación del canon con sus respectivas conclusiones (diversos “Amen”), el acto penitencial antes de la comunión en la misa, los ritos finales, etc. Desde entonces estos encuentros se celebraron de un modo regular hasta el año 1960. En ellos se pasó revista a casi todos los aspectos de la reforma litúrgica. En su organización intervino también el Centro de Pastoral litúrgica de Paris. Al congreso de Mont-Saint-Odile, cerca de Estrasburgo, acudieron especialistas de nueve países europeos, que, desde el 21 al 23 de octubre de 1952, estudiaron el tema de El hombre moderno y la Misa. También se enviaron a la Santa Sede las sugerencias más adecuadas, de modo especial las referidas a las lecturas bíblicas en la misa y a la estructura del Misal en los ritos y oraciones que siguen a la recitación del padrenuestro.
Del 14 al 18 de septiembre del 1954 tuvo lugar en Lugano la 3ª Sesión Internacional de estudios litúrgicos. Tuvo por tema principal La participación activa de los fieles según el espíritu de Pio X. Este congreso de liturgia estuvo avalado por la presencia del cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, y por otras personalidades de la Curia romana. Se pidió a la Santa Sede la introducción de la lengua vernácula en las lecturas bíblicas de la Misa y en los cantos y oraciones del pueblo fiel. Se pidió ardientemente la restauración de toda la Semana santa, al estilo de la Vigilia pascual.
La Santa Sede señaló los dos temas que habrían de estudiarse en la 4ª Sesión de estudios litúrgicos que habría de celebrarse en Mont-Cesar (Bélgica) desde el 12 al 16 de septiembre de 1954. Esos temas fueron la ordenación de las lecturas bíblicas en la Misa y los problemas de la concelebración eucarística. A partir de 1956 estos congresos internacionales adquirieron una repercusión mayor; en efecto, el celebrado en este año ganó relevancia debido a la parte que tuvo en él la jerarquía de la Iglesia. Tuvo lugar en Asís-Roma durante los días 14-17 de septiembre y lo presidió el cardenal Gaetano Cicognani, Prefecto de la Congregación de Ritos. Pío XII participó en la clausura con un discurso programático de altísimo valor. Se estudiaron en él diversos aspectos de la pastoral litúrgica y de modo especial la historia y la reforma del Breviario. En 1958 el Congreso se celebró del 8 al 13 de septiembre en Montserrat, y el tema principal fue el de la reforma de los sacramentos de la iniciación cristiana, de modo especial el bautismo.
Munich fue la sede del 7.° Congreso internacional de Liturgia, del 30 de julio al 3 de agosto de 1959. El tema fue el de la celebración eucarística en las Iglesias orientales y occidentales. Sin estos congresos no hubiera sido tan fácil ni rápida la reforma litúrgica promovida por el concilio Vaticano II. Juntamente con ellos, se dieron en diversos lugares reuniones de liturgistas más o menos importantes en orden a la reforma litúrgica de la Iglesia en Occidente.
Sin duda el gran Papa de la liturgia fue Pío XII, tanto en lo que se refiere a su aspecto doctrinal como en sus realizaciones prácticas. Son muchos los documentos que promulgó referentes a la liturgia; sobresalen dos de gran importancia: la enciclica Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943, y la encíclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Por otro lado, el esquema que se distribuyó a los Padres conciliares del Vaticano II para el estudio del tema de la liturgia estaba plagado de citas de Pío XII. Este Papa, eximio entre los grandes que ha tenido la historia del Pontificado romano, al ver la fuente espiritual que la celebración litúrgica lleva consigo, fue madurando en su mente una reforma general de la liturgia. En la audiencia concedida el 10 de mayo de 1946 al Prefecto de la Congregación de Ritos, cardenal Salotti, Pío XII le expresó el deseo de que se comenzase a estudiar el problema de la reforma litúrgica en general. Mas tarde, el 27 de julio de ese mismo ano, en la audiencia concedida a monseñor Carinci, secretario de la referida Congregación, se decidió que se crease una comisión especial de expertos para que estudiasen el asunto e hicieran propuestas concretas para la reforma general de la liturgia.
En octubre del mismo año, el vicerrelator general de la sección histórica de la Congregación de Ritos, padre Jose Low, redentorista austriaco, inició el esquema del proyecto. El trabajo duró unos dos años y fue publicado en una tirada de 300 ejemplares, como Positio de la sección histórica de la misma Congregación. Llevaba por título Memoria sobre la reforma litúrgica.
Los dos puntos mas desarrollados eran los referentes al año litúrgico y al Oficio divino. Para lo demás se decía allí que se prepararían estudios especiales. De hecho, se redactaron unos cuarenta, algunos de muy pocas páginas. Cuatro se publicaron como complementos de la referida Memoria. El primero fue del benedictino Anselmo Albareda. Trató de la graduación litúrgica, y no gustó por ser complicado, artificial y prácticamente irrealizable. El segundo contenía las observaciones a la referida Memoria de los padres Capelle, benedictino; Jungmann, jesuita, y monseñor Righetti. El tercero recogía el material histórico hagiográfico y litúrgico para la reforma del Calendario. Era el más importante y de hecho ha servido mucho para la reforma del Calendario realizado después del Vaticano II. El cuarto contenía el resultado y deducciones de la consulta que se hizo al episcopado mundial sobre la reforma del Breviario. Respondieron unos cuatrocientos obispos.
En 1948 fue nombrada la comisión para la reforma litúrgica. Presidente de la misma fue el mismo prefecto de la Congregación de Ritos, que entonces era el cardenal Micara. Miembros de la comisión fueron monseñor Carinci, secretario de dicha Congregación; Fernando Antonelli, franciscano, relator general de la misma; Jose Low, redentorista, vicerrelator; Anselmo Albareda, benedictino, prefecto de la Biblioteca Vaticana; Agustin Bea, jesuíta, director del Pontificio Instituto Biblico y confesor de Pío XII, más tarde cardenal; Anibal Bugnini, paúl, director de la revista “Ephemerides Liturgicae”, que fue nombrado secretario de la comisión. En 1951 se añadió a ésta monseñor Enrico Dante, luego cardenal; en 1960, monseñor Pedro Frutaz, relator general de la Congregación; don Luis Rovigatti, parroco de una iglesia de Roma; monseñor Cesareo d’Amato, abad benedictino de San Pablo Extramuros de Roma y obispo titular de Sebaste de Cilicia; Carlos Braga, paúl, del equipo de “Ephemerides litúrgicae”. En 1953 el cardenal Micara fue nombrado vicario de Roma, y le sustituyó el cardenal Gaetano Cicognani en la presidencia de la comisión y en la prefectura de Ritos.
La primera reunión de la comisión se tuvo el 22 de junio de 1949. Se pensó en un principio que sería cosa de poco tiempo; pero el padre Bea dijo que para revisar las lecturas bíblicas que se leen en la liturgia y el salterio se necesitarían unos cinco años. Algunos quedaron desilusionados, pero era el plazo mínimo que se requería también para otras partes de la liturgia. En los doce años de existencia (1948-1960) la comisión tuvo mas de ochenta reuniones y trabajó en absoluto secreto, tanto que la publicación de la reforma de la Vigilia pascual, en marzo de 1951, cayó de sorpresa a los mismos oficiales de la Congregación de Ritos. La comisión gozó siempre de la plena confianza del Papa, que estaba al corriente de todo por su propio confesor, el padre Bea. Por eso se lograron grandes resultados, inesperados para no pocos. No se llego a más por el anuncio de la celebración del concilio Vaticano II.
Se llevó a cabo una revisión de todos los libros litúrgicos. En 1955 se promulgó la Semana santa restaurada, con gran gozo de todo el pueblo cristiano, aunque en algunos lugares, como en Sevilla, la misa vespertina del Jueves santo no causó buena impresión y aún se propone que se vuelva a la practica anterior. Al pontificado de Pío XII hay que añadir la revisión del Salterio, en 1945; las misas vespertinas y la nueva disciplina del ayuno eucarístico, en 1953; la simplificación de las rubricas del Breviario y del Misal, en 1955; multitud de rituales bilingües, etc.
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Fuente: Infocatólica – http://infocatolica.com/blog/historiaiglesia.php/0908151218-historia-de-la-reforma-liturg#more4729