“Satanás combate en todas partes -escribe el R. P. Fahey- y en todas partes intenta eliminar lo sobrenatural”.
“El ser entero de este puro espíritu, toda esa incansable energía, de la cual nosotros, pobres criaturas de músculos y nervios, no podemos hacernos una idea adecuada, está, siempre y por todas partes, dirigida contra la sumisión sobrenaturalmente amorosa a la Santísima Trinidad”.
Nosotros cambiamos de parecer y tenemos necesidad de descanso y de sueño. No le ocurre lo mismo a Satanás. Toda su espantosa energía está dirigida, sin cesar, con el más infatigable encarnizamiento, contra la obra de salvación y de restauración del Verbo hecho carne”.
Hemos visto que el resultado de tal revuelta era, sobre el plan de las ideas, el naturalismo.
Desde el punto de vista en que ahora nos situamos, el de un combate más concreto, podemos observar que los ataques del infierno tendrán, primeramente, como objetivo la humanidad en general, en cuanto privilegiada del Amor divino; seguidamente el orden cristiano más estrictamente considerado, y en fin, la Iglesia Católica, más directamente vulnerable en sus miembros, laicos o sacerdotes. Los sacerdotes, sobre todo, serán el objeto del odio infernal, no solamente porque son cristianos por excelencia, sino porque son los hombres de la Misa.
La Misa es, en efecto, la renovación del sacrificio del Calvario por el cual la humanidad se reconcilia con Dios, con lo que el orden inicial se encuentra de esta forma restablecido por una unión nueva, en cierta manera, de lo natural y de lo sobrenatural: unión que habían destruido y como rechazado nuestros primeros padres.
“El olvido de esas verdades fundamentales -escribe el R. P. Fahey- hace difícil a las gentes, que no leen más que los periódicos y frecuentan el cine, comprender el odio a la Misa y al sacerdocio mostrado por la Revolución, masónica o comunista, en España (ver última fotografía), en México o en otras partes”.
De todas maneras, no huelga saber distinguir lo que Satanás buscaba con la crucifixión de Nuestro Señor y la finalidad que persigue ahora, al provocar y dirigir los ataques contra los que celebran Misa y los que a ella asisten.
“Satanás movió a los jefes del pueblo judío a desembarazarse de Nuestro Señor; pues tenía conciencia de la presencia en el hombre Jesucristo de una excepcional intensidad de esa vida sobrenatural que detesta; pero, ciertamente, no quería y no pensaba entrar en el orden del plan divino de la Redención. Su orgullo no le permitió comprender el misterio de un Amor que llegaba hasta la divina locura de una inmolación en la Cruz. Los demonios no sabían, en efecto, que el acto de sumisión del Calvario significaba el retorno al orden divino por la restauración de la Vida Sobrenatural de la Gracia para el género humano”. (1)
San Pablo insiste que si (los demonios) “lo hubiesen sabido, no habrían nunca crucificado al Señor de la Gloria" (1 Corintios, 11, S). Y explica Santo Tomás de Aquino: "Si los demonios hubiesen estado absolutamente ciertos de que Nuestro Señor era el Hijo de Dios y si hubieran sabido de antemano los efectos de Su Pasión y de Su Muerte, nunca hubieran hecho crucificar al Señor de la Gloria”.
“Pero, si bien los demonios comprendieron demasiado tarde el sacrificio del Calvario, están, por el contrario, perfectamente enterados de la significación de la Misa. Ahí se adivina su rabia. Todos sus esfuerzos van dirigidos para impedir su celebración. Pero, no pudiendo terminar totalmente con este acto único de adoración, Satanás intentará limitarlo a los espíritus y a los corazones del menor número posible de individuos...
Y esta lucha continuará hasta el fin de los tiempos.
De esta forma se comprenden las apremiantes recomendaciones de los Apóstoles y de los Santos para ponernos en guardia contra Satanás y sus demonios. Conocemos la fórmula de San Pedro sobre el león rugiente buscando a quien devorar. San Pablo, por su parte, no temía escribir a los Efesios: “Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis resistir a las insidias del Diablo, que no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires. Tomad, pues, la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo, y, vencido todo, os mantengáis firmes” (Efesios, 6, 11-13).
Cuando se ha comprendido el sentido y el alcance de esta lucha, cuando se conoce el plan de universal restauración realizado por Jesucristo y su Iglesia, aparece inevitable que Lucifer y todo el Infierno con él se encarnicen en hacer fracasar este plan y que a la catolicidad (entiéndase: a la universalidad) de la salvación operada por la acción sobrenatural de la Gracia, Satanás busque oponer la negación de un universalismo puramente natural, del cual el Señor de la Gloria sería expulsado y en el cual la obra de la redención estaría neutralizada, anulada.
Pero... “ad orto solis usque ad occasum... im omni loco sacrifcatur el offeretur Nomini Meo oblatio inunda... “(“Desde el Levante hasta el Poniente, en todas partes, he aquí que sacrifican y ofrecen a Mi Nombre una oblación pura...”)
Esta frase del profeta Malaquías indica, por el contrario, el orden divino.
“El ser entero de este puro espíritu, toda esa incansable energía, de la cual nosotros, pobres criaturas de músculos y nervios, no podemos hacernos una idea adecuada, está, siempre y por todas partes, dirigida contra la sumisión sobrenaturalmente amorosa a la Santísima Trinidad”.
Nosotros cambiamos de parecer y tenemos necesidad de descanso y de sueño. No le ocurre lo mismo a Satanás. Toda su espantosa energía está dirigida, sin cesar, con el más infatigable encarnizamiento, contra la obra de salvación y de restauración del Verbo hecho carne”.
Hemos visto que el resultado de tal revuelta era, sobre el plan de las ideas, el naturalismo.
Desde el punto de vista en que ahora nos situamos, el de un combate más concreto, podemos observar que los ataques del infierno tendrán, primeramente, como objetivo la humanidad en general, en cuanto privilegiada del Amor divino; seguidamente el orden cristiano más estrictamente considerado, y en fin, la Iglesia Católica, más directamente vulnerable en sus miembros, laicos o sacerdotes. Los sacerdotes, sobre todo, serán el objeto del odio infernal, no solamente porque son cristianos por excelencia, sino porque son los hombres de la Misa.
La Misa es, en efecto, la renovación del sacrificio del Calvario por el cual la humanidad se reconcilia con Dios, con lo que el orden inicial se encuentra de esta forma restablecido por una unión nueva, en cierta manera, de lo natural y de lo sobrenatural: unión que habían destruido y como rechazado nuestros primeros padres.
“El olvido de esas verdades fundamentales -escribe el R. P. Fahey- hace difícil a las gentes, que no leen más que los periódicos y frecuentan el cine, comprender el odio a la Misa y al sacerdocio mostrado por la Revolución, masónica o comunista, en España (ver última fotografía), en México o en otras partes”.
De todas maneras, no huelga saber distinguir lo que Satanás buscaba con la crucifixión de Nuestro Señor y la finalidad que persigue ahora, al provocar y dirigir los ataques contra los que celebran Misa y los que a ella asisten.
“Satanás movió a los jefes del pueblo judío a desembarazarse de Nuestro Señor; pues tenía conciencia de la presencia en el hombre Jesucristo de una excepcional intensidad de esa vida sobrenatural que detesta; pero, ciertamente, no quería y no pensaba entrar en el orden del plan divino de la Redención. Su orgullo no le permitió comprender el misterio de un Amor que llegaba hasta la divina locura de una inmolación en la Cruz. Los demonios no sabían, en efecto, que el acto de sumisión del Calvario significaba el retorno al orden divino por la restauración de la Vida Sobrenatural de la Gracia para el género humano”. (1)
San Pablo insiste que si (los demonios) “lo hubiesen sabido, no habrían nunca crucificado al Señor de la Gloria" (1 Corintios, 11, S). Y explica Santo Tomás de Aquino: "Si los demonios hubiesen estado absolutamente ciertos de que Nuestro Señor era el Hijo de Dios y si hubieran sabido de antemano los efectos de Su Pasión y de Su Muerte, nunca hubieran hecho crucificar al Señor de la Gloria”.
“Pero, si bien los demonios comprendieron demasiado tarde el sacrificio del Calvario, están, por el contrario, perfectamente enterados de la significación de la Misa. Ahí se adivina su rabia. Todos sus esfuerzos van dirigidos para impedir su celebración. Pero, no pudiendo terminar totalmente con este acto único de adoración, Satanás intentará limitarlo a los espíritus y a los corazones del menor número posible de individuos...
Y esta lucha continuará hasta el fin de los tiempos.
De esta forma se comprenden las apremiantes recomendaciones de los Apóstoles y de los Santos para ponernos en guardia contra Satanás y sus demonios. Conocemos la fórmula de San Pedro sobre el león rugiente buscando a quien devorar. San Pablo, por su parte, no temía escribir a los Efesios: “Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis resistir a las insidias del Diablo, que no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires. Tomad, pues, la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo, y, vencido todo, os mantengáis firmes” (Efesios, 6, 11-13).
Cuando se ha comprendido el sentido y el alcance de esta lucha, cuando se conoce el plan de universal restauración realizado por Jesucristo y su Iglesia, aparece inevitable que Lucifer y todo el Infierno con él se encarnicen en hacer fracasar este plan y que a la catolicidad (entiéndase: a la universalidad) de la salvación operada por la acción sobrenatural de la Gracia, Satanás busque oponer la negación de un universalismo puramente natural, del cual el Señor de la Gloria sería expulsado y en el cual la obra de la redención estaría neutralizada, anulada.
Pero... “ad orto solis usque ad occasum... im omni loco sacrifcatur el offeretur Nomini Meo oblatio inunda... “(“Desde el Levante hasta el Poniente, en todas partes, he aquí que sacrifican y ofrecen a Mi Nombre una oblación pura...”)
Esta frase del profeta Malaquías indica, por el contrario, el orden divino.
JEAN OUSSET (Tomado de su libro “Para que Él reine”)
Cfr. Suárez (tercera parte: dio. Thomae, cuestión XLI; art. 1, co. III): “Sobre todo para saber si era el Hijo de Dios se acercó el demonio a Jesucristo para tentarlo”. Sus primeras palabras manifestaron su pensamiento: "Si eres el Hijo de Dios...”
fonte:Catolicidad