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Erika Bonelli
Exposición a cargo de la Comunidad de los Hijos de Dios
Don Divo Barsotti falleció el 15 de febrero de 2006 en su habitación de Casa San Sergio, el pequeño eremitorio que desde 1955 acoge en Settignano (en las colinas de Florencia) la Comunidad de los Hijos de Dios. El padre Serafino Tognetti ha asumido la guía de esta realidad eclesial, presente en Italia y en el extranjero con más de dos mil laicos consagrados. Con él hemos recorrido la vida y la figura de don Divo, al cual estará dedicada una exposición en el Meeting.
Nació en Palaia, en 1914, y fue ordenado sacerdote a los 23 años. Algunos años después se traslada a Florencia, en donde comienza su actividad de predicador y de escritor. «Ya en el seminario –relata el padre Serafino– se sentía empujado a una vida más contemplativa y al mismo tiempo misionera, es decir, destinada a vivir fuera del espacio de la parroquia y de la diócesis». Su lectura más importante en aquellos años fue Los hermanos Karamazov, de Dostoevskij. De aquí nació la idea de un monacato laico, para todos. «Después de la ordenación sacerdotal –continúa el padre Serafín– se le destinó a una parroquia, pero los párrocos no se encontraban bien con él. Pidió ir de misión, pero el estallido de la guerra le impidió esta posibilidad. Paradójicamente el obispo le envió a su casa y allí pasó el periodo bélico. Fueron años de formación personal, leyó los escritos de los santos rusos Sergio, Serafín, Silvano, entonces desconocidos. Conoció a La Pira, escribió en L’Osservatore Romano. Fueron años oscuros pero importantes».
Terminada la guerra, gracias a Giorgio La Pira, se traslada a Florencia, en donde empieza a darse a conocer. Escribe libros, comienza a predicar despertando un gran interés. Entonces empieza a formarse el primer grupo de la Comunidad: «Algunas personas piden su dirección espiritual –recuerda el padre Serafín, que entrará a formar parte de la comunidad en los años 80–. Don Divo decide entonces formar un grupo de oración con carácter monástico, del que nacerá la Comunidad». Después de diez años, en 1954, don Divo transfiere todo a una casa en Settignano, en donde permanece hasta su muerte y de la que sale únicamente para ir a predicar. Don Divo Barsotti ha sido uno de los grandes místicos y teólogos del siglo XX, ha escrito más de 150 libros, y el aprecio por él llegó hasta el punto de ser llamado en 1972 a predicar los Ejercicios espirituales para el Papa. El padre Serafín recuerda cuando conoció a don Divo: «Tenía veinte años. La primera vez le vi durante una misa, y me impresionó la intensidad con la que celebraba. Luego me acerqué para conocerle. En el encuentro y en el diálogo con él me fascinó la relación que tenía con el Señor: no era un rito, sino un verdadero coloquio. Era un alma enamorada, apasionada, la suya era una relación familiar».
Don Divo tenía como ideal el final de la novela Los hermanos Karamazov, en donde Aliosha deja el monasterio para ir por el mundo: «Esto le impresionaba porque el ideal para él era ser totalmente de Dios y llevar esto a todos. Su vida de hecho fue esto, iba a donde le llamaran. Una de las frases que repetía a menudo era “si no damos a Dios no damos nada”, como queriendo decir: se puede hacer incluso filantropía, pero la mayor caridad es esta».
Don Divo Barsotti falleció el 15 de febrero de 2006 en su habitación de Casa San Sergio, el pequeño eremitorio que desde 1955 acoge en Settignano (en las colinas de Florencia) la Comunidad de los Hijos de Dios. El padre Serafino Tognetti ha asumido la guía de esta realidad eclesial, presente en Italia y en el extranjero con más de dos mil laicos consagrados. Con él hemos recorrido la vida y la figura de don Divo, al cual estará dedicada una exposición en el Meeting.
Nació en Palaia, en 1914, y fue ordenado sacerdote a los 23 años. Algunos años después se traslada a Florencia, en donde comienza su actividad de predicador y de escritor. «Ya en el seminario –relata el padre Serafino– se sentía empujado a una vida más contemplativa y al mismo tiempo misionera, es decir, destinada a vivir fuera del espacio de la parroquia y de la diócesis». Su lectura más importante en aquellos años fue Los hermanos Karamazov, de Dostoevskij. De aquí nació la idea de un monacato laico, para todos. «Después de la ordenación sacerdotal –continúa el padre Serafín– se le destinó a una parroquia, pero los párrocos no se encontraban bien con él. Pidió ir de misión, pero el estallido de la guerra le impidió esta posibilidad. Paradójicamente el obispo le envió a su casa y allí pasó el periodo bélico. Fueron años de formación personal, leyó los escritos de los santos rusos Sergio, Serafín, Silvano, entonces desconocidos. Conoció a La Pira, escribió en L’Osservatore Romano. Fueron años oscuros pero importantes».
Terminada la guerra, gracias a Giorgio La Pira, se traslada a Florencia, en donde empieza a darse a conocer. Escribe libros, comienza a predicar despertando un gran interés. Entonces empieza a formarse el primer grupo de la Comunidad: «Algunas personas piden su dirección espiritual –recuerda el padre Serafín, que entrará a formar parte de la comunidad en los años 80–. Don Divo decide entonces formar un grupo de oración con carácter monástico, del que nacerá la Comunidad». Después de diez años, en 1954, don Divo transfiere todo a una casa en Settignano, en donde permanece hasta su muerte y de la que sale únicamente para ir a predicar. Don Divo Barsotti ha sido uno de los grandes místicos y teólogos del siglo XX, ha escrito más de 150 libros, y el aprecio por él llegó hasta el punto de ser llamado en 1972 a predicar los Ejercicios espirituales para el Papa. El padre Serafín recuerda cuando conoció a don Divo: «Tenía veinte años. La primera vez le vi durante una misa, y me impresionó la intensidad con la que celebraba. Luego me acerqué para conocerle. En el encuentro y en el diálogo con él me fascinó la relación que tenía con el Señor: no era un rito, sino un verdadero coloquio. Era un alma enamorada, apasionada, la suya era una relación familiar».
Don Divo tenía como ideal el final de la novela Los hermanos Karamazov, en donde Aliosha deja el monasterio para ir por el mundo: «Esto le impresionaba porque el ideal para él era ser totalmente de Dios y llevar esto a todos. Su vida de hecho fue esto, iba a donde le llamaran. Una de las frases que repetía a menudo era “si no damos a Dios no damos nada”, como queriendo decir: se puede hacer incluso filantropía, pero la mayor caridad es esta».